Este
mes se cumplen treinta y cinco años del asesinato en la prisión de
Carabanchel del militante anarquista Agustín Rueda Sierra. Desde estas
líneas queremos recordar su historia, para que el paso del tiempo no nos
haga olvidar la muerte de una persona, que como tantos/as otros/as
luchadores/as, perdió su vida buscando la libertad.
Agustín nació en 1952 en Sallent,
Barcelona. De clase trabajadora, pronto se ve involucrado en las luchas
obreras que agitaban los últimos años del franquismo. Organiza
asambleas, manifestaciones, grupos de apoyo a huelguistas… lo que le
lleva a ser despedido de su trabajo y a pasar, a los veinte años, cinco
meses en la prisión de la Modelo tras ser detenido en una manifestación.
Tras recobrar su libertad, cruza la frontera francesa y se establece en
Perpignan, con el objetivo de dar apoyo a exiliados/as. En un primer
momento sirve de contacto entre los/as militantes de la península y los
exiliados en Francia, introduciendo en España libros y panfletos
libertarios.
En febrero de 1977, Agustín, junto con
otros compañeros anarquistas, cruza la frontera por los Pirineos
catalanes con explosivos, con la idea de realizar acciones armadas en
España, siendo detenidos por la Guardia Civil gracias al trabajo de un
confidente de la policía.
Desde su ingreso en prisión, Agustín se
organiza en la COPEL (Coordinadora de Presos en Lucha), organización de
presos que buscaba la ruptura entre la división entre presos/as políticos/as y comunes
y, con la idea de que todo/a preso/a lo es como consecuencia de un
sistema político y económico injusto, a través de huelgas de hambre,
autolesiones, motines, fugas… pelearon desde dentro de las cárceles por
la extensión de la Amnistía concedida a los presos/as políticos/as. Por
su papel en la COPEL, y con la idea de que la organización no se
extendiera por todas las prisiones de España, Agustín es trasladado a la
cárcel madrileña de Carabanchel. Alfredo Casal Ortega, anarquista preso
en Carabanchel y torturado junto a Agustín, describe así su llegada a
la prisión madrileña: “Agustín se sumó rápidamente a la lucha
llevada por la C.O.P.E.L., participando activamente en todas las
iniciativas encaminadas a conseguir las reivindicaciones que se exigían
al Estado. El clima que en esos momentos se vivía en Carabanchel, era de
un auténtico caos. Sin luz, con todas las instalaciones destruidas, y
encima con gritos nocturnos fruto de las palizas que los carceleros
indiscriminadamente propinaban, con el beneplácito del entonces Director
General Jesús Hadad Blanco. En aquellos momentos no existían
distinciones entre los presos, conviviendo en un mismo espacio
anarquistas, etarras, grapos, los denominados presos comunes, y menores
de edad provenientes del reformatorio que estaba siendo transformado; y
todos ellos, sin distinciones, se consideraban presos sociales. Con ese
panorama de fondo, muchos presos intentaron fugarse, de forma individual
o colectivamente, bien a través de los muros o de túneles excavados”.
En respuesta a la muerte de Agustín y a
las torturas sufridas por sus compañeros, se produjeron manifestaciones
en Madrid que finalizaron con fuertes enfrentamientos contra la Policía y
se convocó una huelga general en la localidad de Sallent ampliamente
secundada. Cinco días después del asesinato de Agustín, los GRAPO
acabaron con la vida de Jesús Hadad, director general de Instituciones
Penitenciarias.
Todos los presos torturados con Agustín,
declararon ante el juez de instrucción del caso las palizas recibidas,
identificando a los carceleros causantes de la muerte de su compañero.
Tras prestar declaración, fueron dispersados por prisiones de todo el
Estado, siendo conducidos Alfredo Casal y Pedro García al penal de
máxima seguridad de Herrera de la Mancha. Allí, a las pocas semanas de
su ingreso, y tras haber declarada cada vez con más detalles sobre los
sucesos de Carabanchel, Alfredo comunicó a su abogado que quería retirar
su denuncia contra los carceleros de Carabanchel, librándoles de la
culpa de la muerte de Agustín. Lo mismo hizo Pedro, lo que hizo
sospechar al juez que instruía el caso, por lo que les citó a declarar.
El diario El País, recogió en 1980 la conversación entre Pedro García y
el juez: “Ante la insistencia de su señoría sobre si eran ciertas
las declaraciones que había firmado en su escrito de renuncia, Pedro
contestó: «Si yo he hecho cuatro declaraciones en un sentido y ahora
escribo otra diciendo todo lo contrario, al poco tiempo de ingresar en
Herrera, saque usted sus propias conclusiones, señor juez.» «Bueno, pero
¿son ciertas o no?, quiero que tú me lo digas», insistía el magistrado
Luis Lerga. «Sí, claro», respondía Pedro, usted quiere que yo se lo
diga, pero después el que vuelve a Herrera soy yo…»”. Finalmente,
denunció que las torturas sufridas en Herrera le habían obligado a
desdecirse de las acusaciones, lo mismo que declaró Alfredo Casal.
Diez años después de su muerte, la
Audiencia Provincial de Madrid condenaba al director de la prisión de
Carabanchel, a diez carceleros y a dos médicos a penas de entre diez y
dos años de prisión con un informe pericial que señalaba que el preso
anarquista había recibido una paliza, “generalizada, prolongada, intensa y técnica“, generalizada porque sólo el 30% de la superficie del cuerpo del recluso no tenía contusiones; prolongada porque “no se hizo en cinco minutos”
y fue realizada por varias personas; fue intensa por la potencia de los
golpes, que derivó en una pérdida de más de tres litros de sangre, y,
finalmente, fue técnica porque no había golpes en órganos vitales.
Ninguno de los condenados permaneció en la cárcel más de ocho meses.
Amigo Luís Llorente, que fuiste preso
ayer;/ escúchame Felipe; Santiago, entérate:/ bajad de esos escaños
forrados de papel,/ que Agustín Rueda Sierra murió en Carabanchel.
¿Hay libertad?; ¡Qué libertad!/ Si
cuatro de uniforme te empiezan a pegar./ ¿Hay libertad?; ¡Qué libertad!/
Tendido está en el suelo y no contesta ya.
Bonita democracia de porra y de
penal;/ con leyes en la mano te pueden liquidar./ Y a aquél que no lo
alcanza de muerte un tribunal,/ lo cogen entre cuatro y a palos se la
dan.
¿Hay libertad?; ¡Qué libertad!/ Lo
sacan de la cárcel para ir al hospital./ ¿Hay libertad?; ¡Qué libertad!/
Agustín por buscarla, miradlo como está.
¿Hay libertad? Chicho Sánchez Ferlosio. 1978.
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